"Regocijo y melancolía, oscuridad y luz. Música del mundo de John Dowland". Recital de Hopkinson Smith, laúd. Obras de John Dowland, Anthony Holborn y John Johnson. La Musiquería.
Nuestra opinión: excelente
Hopkinson Smith, de traje y corbata y portando su instrumento y las partituras, ingresó en el pequeñísimo escenario del salón. Ante los aplausos, saludó al público, se sentó en la silla que lo aguardaba, depositó todas los papeles sobre una banqueta horizontal que hizo las veces de atril y arrancó, para afinar el laúd y para desentumecer los dedos, con un breve pasaje improvisado que concluyó con un acorde que ofició de puente a la pieza por venir, ceremonia que reiteraría antes de cada uno de los ciclos en los cuales dividió el programa. Y con la primera de las gallardas de Holborne llegaron los colores menudos y variados del laúd. Lo que no llegó en ese momento, ni tampoco mientras siguieron las cinco danzas de esta suite de Holborne, seguramente "made in Smith", fue la mejor música. Para eso hubo que esperar un poco más, hasta que el laudista empezó con las piezas de Dowland.
Concluido el momento de Holborne, Smith se alzó para responder a los aplausos con un nuevo saludo y, como al pasar, dejó su saco sobre el respaldo de la silla. Y, como quien está en una reunión de amigos, en un muy buen castellano, comenzó a hablar de Dowland, de su música, de la época y de las particularidades de cada una de las piezas por tocar, incluyendo detalle biográficos y caracterológicos de las personas recordadas, eventualmente, en los títulos de las piezas escritas en su homenaje. Y si su talento musical es notable, pues también hay que reconocer que afloraron con suma naturalidad sus facultades didácticas y el buen humor.
Sorpresas continuas
A lo largo de las casi dos horas que duró el recital, dividido en dos partes, Smith no dejó de sorprender por su capacidad comunicativa, a través de un sonido preciso, mínimo y sutil. Su musicalidad no encuentra ningún escollo técnico para expresarse y las bellezas de las piezas compuestas para los salones ingleses, alemanes o daneses del 1600 -Dowland no fue, precisamente, un músico que se quedara estacionado en algún lugar por demasiado tiempo- fueron presentadas prodigiosamente con todas las estridencias de la intimidad. Una a una, uno tras otro, las melodías, los acordes de apoyo y los contrapuntos fueron expuestos con absoluta claridad.
Pero no son sus virtudes técnicas y su capacidad expresiva las únicas bases sobre las cuales se apoya su arte. Smith maneja con maestría los códigos interpretativos de época y las peculiaridades de los distintos repertorios como para que ninguna idea pase sin su mejor recreación. Las ornamentaciones y recreaciones que eran de norma cuando una sección o un pasaje era reiterado, en sus manos, y sin que en la partitura original así figuren, pasan a ser algo totalmente renovado, casi como si de un nuevo segmento se tratara. Realmente admirable. Y también hay que subrayar la capacidad para acentuar las entradas de las voces en las piezas con texturas imitativas, las distinciones clarísimas entre lo principal y lo subsidiario y la comprensión acabada de la esencia de cada pieza. Puestos a elegir, y con todas las cargas que de subjetivo o arbitrario esta enunciación puede tener, parece apropiado destacar en especial la "Lachrimae Pavan", en una interpretación sublime, y la "Fantasía" con la que cerró el recital, una pieza polifónica e imitativa tocada a puro virtuosismo.
La lectura del frente del programa de mano ofrecía varias alternativas para la imaginación previa. Un tanto pretencioso, y no por eso menos lícito, pertinente y hasta un tanto romántico, el título inicial del recital anunciaba luces, oscuridades, regocijos y melancolías. Lo más probable es que, sin embargo, a medida que el recital fue progresando, todos aquellos que llegaron hasta completar el total de los asientos de La Musiquería se hayan ido centrando más en el segundo título, el que hacía referencia al fantástico mundo de la música de Dowland. Pero, más factible aún, es que la sensación final haya sido la de admiración y agradecimiento hacia Hopkinson Smith, cuyo nombre aparecía por sobre los dos títulos y que presentó, con calidad superior, apenas una muestra ínfima, pero muy sustanciosa de la bellísima música inglesa del período isabelino.
by Pablo Kohan (La Nacion (Buenos Aires))