Entrevista a Hopkinson Smith por María Parralo - Scherzo
Hopkinson Smith es una de las figuras más emblemáticas de lo que en su momento se denominó “segunda generación” del movimiento historicista. Nacido en Nueva York en 1946, músico y musicólogo, Smith ha sido santo y seña para numerosas generaciones de laudistas que se han formado con él en la Schola Cantorum Basiliensis, pero también para toda una legión de aficionados que descubrieron el laúd y la vihuela gracias a sus grabaciones discográficas (muchas de ellas, en compañía de Jordi Savall) y a sus actuaciones den directo. Graduado con honores por la Universidad de Harvard, Smith trasladó a Europa en 1973 para estudiar con el guitarrista Emilio Pujol en Barcelona y con el laudista Eugen Dombois en Basilea. Aprovechando su reciente a visita a Madrid, para intervenir en uno de los ciclos que organiza la Fundación Juan March, conversamos distendidamente con Smith en un castellano que domina a la perfección.
¿Cómo fue su encuentro con la vihuela y el laúd?
Empecé poco a poco, haciendo laúd renacentista junto a guitarra clásica. Siempre me consideré más guitarrista que laudista, pero en ningún momento, en aquellos años, dejé de tocar el laúd. En un momento dado, comprobé tenía más que decir con el laúd, y decidí venir a Europa, porque en Estados Unidos, a finales de los 60 y principios de los 70, no se podía estudiar este instrumento de una forma seria… Y cuarenta años más tarde, aquí sigo.
¿Cómo decide dedicarse por entero a esos dos instrumentos?
Siempre he tenido interés en materias como la música, la literatura o la historia. Para un músico que posee una cierta capacidad de reflexión, la musicología y todo lo que tiene que ver con el mundo de donde sale la música, y el propio análisis musical, son algo natural en su formación. Como músico, uno siempre está buscando una sonoridad, las diversas maneras de hacer con el instrumento, el abrir horizontes, el seguir descubriendo repertorio, las diferentes formas de tocar y profundizar en ciertos aspectos de la música… Tocar instrumentos de cuerda pulsada es fascinante. Me refiero a la sensación que se experimenta con los dedos y, sobre todo, a la resonancia interior en tu alma musical. Por otro lado, los laúdes y las vihuelas cuentan con un vasto repertorio, de una altísima calidad, y eso es siempre algo que atrae la atención de alguien que, como yo, tocaba instrumentos de cuerda pulsada.
¿Quienes han sido sus maestros de referencia?¿ Quienes le han inspirado como intérprete y como músico?
Siempre he hablado de figuras como Emilio Pujol y Eugen Dombois, pero también creo que aprendí mucho de un cantante, el contratenor inglés Alfred Deller, quien tenía una manera inigualable de fabricar el sonido, una increíble claridad poética del texto… Además, parecía que su voz pertenecía a otra época, lejana en el tiempo. Es difícil de describir ese sentimiento casi poético que me producía escucharle cantar, no encuentro el vocabulario adecuado para describirlo… Me inspiró mucho la identificación total que Deller tenía con todo lo que hacía. Desde entonces, no he dejado de tratar de imprimir, cuando toco el laúd, esa claridad y esa profundidad que Deller tenía cuando cantaba.
¿Ha tenido otras influencias en su carrera?
Hubo otro elemento importante antes de decidir dedicarme a la guitarra, y fue que pasé medio año en la India. Mi padre era arquitecto y fotógrafo, e hizo un gran proyecto sobre la arquitectura religiosa en aquel país. Eso fue cuando yo estaba entre la enseñanza secundaria y la universidad. Me tocó muy dentro la profundidad de la música de la India del Norte, por la conexión entre el alma, la proyección del sonido y el gesto musical. Siempre he tenido la sensación de que las lecciones que aprendí en la India fueron muy importantes para mi posterior carrera como músico.
¿Los tiempos que corren facilitan las cosas o, por el contrario, dificultan el acercamiento a la música? Me refiero, sobre todo, a los jóvenes y, más especialmente, a los jóvenes que quieren hacer música.
Creo que ciertas cosas son mucho más fáciles en la actualidad. Con Internet, tienes acceso a todo tipo de fuentes. Para nosotros, el acceso a fuentes históricas es especialmente importante. Antes, uno tenía que localizar la fuente, pedir el microfilm, pagar por él y esperar la entrega. Hoy día, lo que pueden hacer mis alumnos es abrir un manuscrito de Moscú o de Londres… y tener justo la página delante con la pieza que quiere tocar. Con los vídeos, asimismo, se puede satisfacer la curiosidad de ver conciertos o de escuchar conferencias. Pero estas facilidades técnicas también suponen un aspecto negativo, que es el de ver algo durante veinte segundo, pero sin entrar en analizar lo que puede ser una interpretación interesante. Pienso que antes disponíamos de más tiempo para reflexionar y para apreciar no solo los sonidos, sino también los silencios.
¿Qué le llevó a acercarse a la figurar de Bach?
Su música, que es extraordinaria. Hay músicas que nacen en el instrumento, pero con Bach a menudo uno tiene la impresión de que nace en el cielo. Es decir, es una música que parece concebida en un plano que está más allá de cualquier instrumento. El laúd es un instrumento extraordinario para acercarse a la música de Bach. Pasar horas y horas, días y días, semanas y semanas, meses y meses… tocando música de Bach ha sido para mí algo muy gratificante en el aspecto personal, porque al final, en mayor o menor medida, todos tenemos un componente espiritual, y Bach estimula esa espiritualidad.
¿Qué le recomendaría a un instrumentista para encontrar su lenguaje natural?
Cantar. La mayor parte de los músicos no lo hacen. ¿Tienes una frase y no sabes cómo hacerlo con tu instrumento?… ¡Pues canta! Si no lo haces así, igual te va a costar meses encontrar tu lenguaje natural, porque la voz tiene unas sutilezas que no tiene ningún instrumento. A veces, un alumno toca algo y le digo: “Por favor, canta esto”. Y entonces, canta y, luego, lo que toca ya lo hace con otra expresión. Uno tiene que conectar con su gesto interior y con su musicalidad; como profesor, procuro que el alumno conecte con su propia musicalidad. Es la base de todo.
Usted lleva décadas como profesor en la Schola Cantorum Basiliensis. ¿Ha cambiado mucho su forma de enseñar?
Bueno, ahora tengo un poco más de paciencia. Y escucho un poco más.
Hablaba antes de la música de la India… ¿Qué otros tipos de música le han inspirado en su forma de concebir la música?
A veces me preguntan por algo de música que me interesa y hablo siempre de dos discos. Uno es de María Teresa de Noronha, que posee una voz llena de expresividad. Una voz ideal para cantar fado, que es una música que conecta muy bien con el corazón. Otro es el de una violinista de finales del siglo XIX y principios del XX, Marie Soldat-Roeger, a quien Brahms descubrió con solo quince años. Durante largo tiempo, fue la única mujer que tocó el Concierto para violín de Brahms. Después, ella creo un cuarteto de cuerda en el que solo tocaban mujeres. Pues bien, ese disco que le menciono fue grabado en 1926 y es de una altísima calidad. Contiene música de Mozart.
Usted ha sido maestro de alumnos con caracteres y personalidades musicales muy diferentes. Por citar solo a unos pocos: Evangelina Mascardi, Xavier Díaz-Latorre, Ariel Abramovich, Eduardo Egüez, Rolf Lislevand… ¿Cómo puede influir un maestro en la personalidad de un alumno? ¿Cómo cree que ha podido usted contribuir al desarrollo musical de sus alumnos?
Si he podido ayudarles a encontrar su propio sonido, pienso que eso ya ha sido algo positivo. El poeta irlandés Seamus Heaney, Premio Nobel y profesor de Poesía y Literatura en la Universidad de Harvard, decía que, en la enseñanza, lo ideal es que el profesor mantenga una cierta distancia con el alumno y que no pase al terreno personal… ¡Pero eso es imposible! La realidad es que entre un profesor y un alumno siempre se crea una complicidad íntima. Siempre compartes ideas y sensaciones con el alumno, y eso crea un vínculo emotivo entre ambos, una relación que resulta duradera en muchos casos.
Scherzo, March 6, 2020